Aden, 12 d’abril de 1918

“Hace siete dias que llegamos a este árido pais de Aden, pais triste, puesto que la naturaleza se conjuró para despojarlo de todo germen de vida, altas montañas forman la muralla de su gran bahia, montañas sin nada de vegetación. El calor es sofocante, a pesar de estar nublado muy a menudo, no llueve nunca. La gente, negra casi toda, va desnuda, solo un trapo les sirve de taparrabos. Vienen con esquifes (botes) que solo cabe una persona, vendiendo pescado de toda clase, única cosa buena y barata, otros traen tabaco inglés con unos envases sucios y asquerosos que denotan la miseria de los lugares en que están guardados. No he ido ni pienso ir a tierra, pero el que va no tiene ganas de volver por no haber nada capaz de llamar la atención a no ser los millares de chiquillos que se encuentran por las calles y que le siguen por todas partes, tendiendo la mano, como pidiendo limosna hacen compañía al enjambre de moscas que se posan encima de los artículos que hay en las pocas tiendas. El trafico se hace por medio de camellos, innumerables caravanas se ven pasar desde abordo, por los muelles; no obstante hay automoviles para el servicio de viajeros desde el muelle al pueblo”.

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